Nochevieja_campanadas_propósito

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Cerró la puerta, encendió la minicadena, y se quitó el albornoz dejándolo caer sobre la cama. Puso la pista 9 y moviendo su cuerpo ligeramente de derecha a izquierda, empezó a buscar por entre su ropa íntima. Se vistió frente al espejo, se puso las medias, sacó con cuidado el vestido de la percha y se terminó de arreglar en el baño. Se hizo un recogido en el pelo para destacar el vestido. Era muy sencillo pero el corte y su sugerente escote la hacían muy atractiva. Salió del baño dejando un imborrable rastro de amapolas.

Se puso los tacones y caminó por el pasillo hasta la cocina.
—Estás guapísima, cariño. ¡Madre mía!
—Gracias.

Mario no reaccionaba, permanecía embobado mirándola, como encantado por su presencia.
—Voy a ir a por más cava. Con el que han traído ellos no tenemos bastante.
—Mmm, vale pero Celia ha traído dos botellas…
—Me apetece seco; ahora vuelvo.
—Pero no tardes, son ya las doce menos veinte. En nada empiezan las campanadas.

Mario se acercó a ella y agarrándola por la cintura la besó deseándola más que nunca. Lola se despidió con un “hasta ahora” de sus amigos, volvió a besar a Mario, cogió el bolso y cerró la puerta. Casi sin hacer ruido bajó los más de cien escalones que la separaban del 2007 «¡joder, me merezo ser feliz yo también;no puedo seguri así!», se decía para sus adentros.

—¿Javi, dónde estás?
—Sigo en el Luxus con Carlos y los otros.
—Bien.
—¿Estás segura?
—Sí.

Lola se subió al primer taxi que vio.
—¿Dónde la llevo?
—Al Luxus, por favor.

Primera_cita

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Imaginó tanto aquel encuentro inminente que entrada la noche, y a menos de nueve horas, se quedó desesperada y desorientada en la cama, como una cucaracha recién rociada con insecticida, estancada contra la superficie, boca arriba, moviendo inútilmente las patitas, buscando el oxígeno que ya no llega. Temerosa de quedarse como ellas a esperar la muerte, hizo un sobreesfuerzo y se volteó dándole la espalda al miedo.

Iracundo_histriónico_recalcitrante

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Desde los cinco años Damian pasaba todas las tardes en el teatro Riviolet. Cuando cumplió los doce, su profesora de interpretación le ofreció el papel de Edipo para un festival local y le gustó tanto que a partir de entonces solo quería interpretar personajes malvados e iracundos, asesinos y bastante infelices. Se lo pasaba tan bien poniéndose en la piel de aquellos hombres, que con el tiempo pasó a representar exclusivamente ese tipo de personajes.

Y tanto se metía en el papel que terminó creyéndose lo que decía, imitaba sus actos, los impulsos y la forma de pensar de cada personaje. A los veinticuatro años era un joven de expresión histriónica y postura recalcitrante. Apenas conversaba con nadie. No salía con sus amigos y desde que perdió su virginidad a los 18 no había vuelto a estar con otra chica. No le importaba la imagen que tuvieran los demás de él, no los necesitaba.

Hasta que un día, Sofía, su profesora, vino a buscarle a casa y le pidió acontecida que sustituyera a un compañero en “Romeo y Julieta”. «No sirvo para esos papeles melodramáticos y románticos, no me gustan» «Por favor, debes confiar más en tus capacidades, yo sí lo hago. Por favor, anda, Óscar está con gripe.»

Al terminar la obra, Damian temblaba, aquella sensación era nueva para él. Cogió aire y se acercó a Carla, la joven chilena que había interpretado el papel de Julieta. “Creo que me he enamorado de ti, Julieta. “Yo no soy Julieta, Damian, soy Carla. ¿¡Es que después de tantos años no te han enseñado que el teatro es pura ficción?!” Damian se disculpó, recogió sus cosas y se marchó a casa, por primera vez, con el corazón roto, hecho polvo pero a la vez contento por sentir por fin algo más que ira y furia.

Desde entonces Damian solo va a clases de interpretación dos veces por semana. El resto de días, escribe poemas a Julieta.

Otto

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Tengo en mi cuaderno una hoja de cuadritos con un mensaje. Data de marzo de 2007 y va dirigida a un melenudo de ojos azabaches y pelo oscuro. Entonces ni siquiera le conocía pero ya me gustaba, tanto que le pedí matrimonio. La boda se anuló por la distancia pero los mails de amor se sucedieron uno tras otro. Leyéndole descubrí lo peor: quería irse a México. Y actué: “si supieras cuanto te quiero, cuanto te echo de menos, dejarías el viaje a México y te vendrías conmigo”. Pero me acobardé y no se la mandé. Al cabo de un tiempo, nos encontramos entre la gente. Y dormimos juntos. Nos bautizamos Otto y María. Nos metimos tanto en el papel que terminamos creyéndonoslo. Con él yo era María, y no Inma; conmigo, él era Otto y no Fhil. Escribíamos cuentos, bebíamos batidos de vainilla, discutíamos sobre música: yo prefería la extranjera y él la hispana. Lo solucionábamos cocinando arroz con mantequilla, macarrones con nata y mucho aguacate. Y de postre té. Éramos dormilones de órdago. Siempre llegábamos tarde. Pasó el tiempo y nos conocimos más. Resultó que él era muy suyo y yo muy mía. Y hubo tormentas, sol, y más lluvia. Y entre tanto cambio, Otto planeaba, astuto, su plan de huída. «Me voy a México», me dijo en una pizzería del Raval. «Me vendrá bien», añadió. «Y a ti también». Pero los espaguetis me sentaron mal. Cuando llegué a casa, me eché a llorar, me acordé de aquella hojita de cuadros que escribí mientras calentaba el puchero. Fhil ya no me quería. Ni yo a él. Y se fue. Ahora Otto está en México, con Fhil. Y María, como al principio, lejos de él. Ya no hay mails largos ni peticiones de mano. Ya hubo tiempo para eso. Ya gozamos del amor. Ahora solo hay kilómetros y recuerdos. Pero aunque esté lejos, aunque Fhil y yo ya no estemos juntos, a Otto, a mi pequeño Otto, todavía le quiero. Más que nunca.