Fin de trayecto. O comienzo.

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Se ha hecho un hueco como ha podido en el sofá, tiene la maleta por hacer, una pila desordenada de camisetas y algún que otro par de calcetines a su derecha e izquierda. Enfrente suyo, el reloj, un colgante nuevo, que no sabe si se pondrá, ceniza fuera de lugar, un par de postales sin escribir, una botella descorchada y el último culo de vino blanco de su fiesta de despedida.

Ha disfrutado como una niña en el piso de la tía de su amigo: ha dormido hasta dolerle la espalda, ha paseado desnuda de un lado a otro del estudio pensando qué ponerse, ha cocinado pasta con queso dos noches seguidas, se ha hinchado a pipas y palomitas sin importarle su tripa, ha visto pelis en blanco y negro, y ha cantado a las dos de la madrugada, ha escuchado a los vecinos de arriba y tampoco a ella le ha importado no morderse los labios para no gritar.

Sorbe vino como un pajarito. Suena una canción de esas que hacen bailar, bailar y sonreír. Se apresura a quitarse el portátil de encima y empieza a contonear sus caderas acompasada, después salta y se lleva las manos a la cabeza para cerciorarse de que le ha crecido el pelo. Estos ocho días le han pasado volando y apenas se ha acordado de lo que no quería. Y aquí sigue, quien lo diría. Poco a poco está desenganchándose; su pelo a lo chico crece y ella acepta que esto es lo que hay.

Desconectar de todo por una semana le ha sentado bien, su hermano diría que ha cargado pilas o que se ha llenado de vitaminas, pero más que eso, se ha visto más transparente que antes. Para bien y para mal. No quiere renunciar a sí misma y espera seguir tropezando con piedras aparentemente distintas. A éste paso la van a excomulgar, pero qué más da si su única religión es la que le hace ver quien es ella de verdad. Empieza a entender lo que quiere y lo que no. Melancolía, sexo e intriga para la falta de fe. Y un sitio para fumar en caso de querer estar a solas o de no tener con quien jugar.

- Ábrame, no le voy a hacer daño.
Mira por la mirilla, toma aire, está muy rico. Abre.
- Dime.
- Soy de una ong, bla bla bla... ¿de qué te ríes?
- Iba a proponerte algo, pero mejor otro día.

Cierra la puerta y lo ve marchar con cara de bobo. La misma que la suya. Coge el bic y apunta en una de las notas de la nevera “urgente: vino para cenar”.

Y de esa botella da ahora el último sorbo. No quiere ni pensar en la resaca de mañana. ¿Tendrán paracetamol en el avión? Aun con todo, sigue de vacaciones. Es su última noche y para celebrarlo, aprovechando que las sábanas son suaves y casi huelen a lavanda, se quita toda la ropa antes de meterse en la cama.