Estaban José y María tumbados en la cama de matrimonio de la habitación 410 del hostal Los Geranios.
Se dirigían a Sevilla. Mañana se casaba un amigo común y como María se quedó sin billete de avión, José, que se había enterado por su amigo, se ofreció a llevarla. Apenas se conocían, habían coincidido solo una vez en el cumpleaños del futuro marido y para no enfadarlo, se intercambiaron los móviles.
La cuestión es que, y retomando el principio de esta historia, tuvieron que hacer noche en un hostal de carretera porque a José se le cerraban los ojos y María todavía no tenía el permiso de conducir. A las tres de la madrugada ya no quedaban habitaciones individuales y todas las dobles tenían una sola cama, por lo que María empezó a concienciarse de que la de hoy no iba a ser una noche muy agradable.
Estando tumbados y todavía con las luces de sendas mesitas de noche encendidas, José rompió el inquebrantable silencio de la habitación.
- ¿Te importa si duermo en gallumbos? Hace muchísimo calor y los pantalones me aprietan.
- Eso es porque te van pequeños, idiota.
- Vaya, para una vez que me hablas me insultas.
- Lo siento, estoy de mala leche, haz lo que quieras.
- No entiendo cómo las tías podéis dormir con pijama, incluso en verano. A mí me gusta dormir cómodo, suelto.
- Suelto…
- Sí, sin gomas ni esas cosas, bien ancho.
- Sí, sí, si lo entiendo. La verdad es que en verano suelo dormir solo con unas braguitas pero…
- Pero te da vergüenza que te vea desnuda, ¿no?
- No, es que las sábanas de hostalucho pican, no son suaves, me dan asco.
- …
Y de repente el silenció invadió de nuevo la 410. Diez minutos más tarde, María se levantó de la cama refunfuñando:
- Necesito una ducha, ¡no lo soporto! ¡Me pica todo, joder! ¡Qué asco!
Después del griterío, llegó el portazo, que, lógicamente, despertó a José. Volteó la cabeza y vio que la joven no estaba; sabía de sobra que se había encerrado en el baño por las sábanas de la cama. Ya lo creo que lo sabía. Se levantó y se puso manos a la obra.
- ¿Pero cómo es posible? Ahora no pican, ¡no pican! José, ¡que ya no pican!
Pero el joven no se inmutaba. Cuando María encendió la luz, vio que milagrosamente las sábanas de antes habían desaparecido por unas de cuadros, suaves como las camisetas de lino por estrenar y con un olor a lavanda inconfundible.
- Odio las sábanas de hostal, a veces también las de hotel. Duermo con gallumbos y tengo ciertas manías que procuro esconder por miedo al ridículo pero también soy un caballero, y no podía permitir que no durmieras teniendo mis sábanas en la maleta.
Éste le pareció el gesto más romántico del mundo. Clavó sus ojos en los de él, sonrió con dulzura y apagó la luz.
Al día siguiente, José se despertó antes que la joven, que dormía de lado tranquila. La miró, se quitó con saliva las legañas y la volvió a mirar: María yacía desnuda, solo con unas braguitas blancas de puntilla.
No podía dejar de observarla cuando de repente, era él el observado.
- Lo de ayer ha sido lo más bonito que han hecho nunca por mí.
- Yo… yo solo…quiero decir que… yo… - balbuceaba.
María se puso sobre él y le besó de tal forma que a José se le erizó toda la piel.
A las 12 de la mañana, Gabriel, el amigo común de ambos, se casaba en la Parroquia del Carmen. El padrino y la madrina continuaban haciendo el amor en las suaves sábanas de cuadros con olor a lavanda.
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2 comentarios:
Jajaja ya extrañaba tus cuentos Inma, siempre me gustan, por que no se que va a pasar, que agradable es leerte.
Un abrazo (espero que escribas mas segudo :P)
Hola Inma:
Supe de tu blog debido a una mención de Campanula. Me ha gustado mucho tu forma de escribir y las historias que creas. Te felicito y te estaré siguiendo.
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