Este texto se lee, si se quiere, con la canción de fondo.
Se levantó con cuidado y se dirigió hasta la habitación de él. Roncaba: vía libre. Se lavó la cara, se retocó las ojeras y como si se le agotara el tiempo bajó de tres en tres los escalones que la separaban del exterior. La chaqueta, las manoletinas… Mierda, se había olvidado la hierba arriba. Se asfixiaba, no había tiempo. Subió al coche y arrancó. Aparcó mal pero le daba exactamente igual. Entró en el primer bar, compró tabaco y pidió 4 latas de cerveza para llevar. No, mejor seis. Arrancó, destino: su cala preferida.
Mientras conducía se acordaba de sus gestos, de cómo masticaba la comida, de cómo se apoyaba el pescado con el pan, en vez de usar el cuchillo, de cómo imponía su punto de vista a todos, de su maldito puñetazo en la mesa, de sus reflexiones desfasadas sobre los adultos y el respeto; le repugnaba. Aceleró y se le volcaron las cervezas por los asientos de detrás. Le había vuelto a gritar sin ninguna razón, la rabia crecía en sus adentros. Bajó del coche, se sentó en las piedras, se descalzó y cogió aire.
Una, dos, tres, cuatro, cinco y seis. Su estado era pésimo, para darle más rabia, no había cenado más que un trozo de queso y se sentía más colocada que de costumbre. Estaba bonito el mar. Apenas veía nada, solo el faro al fondo, pero intuía por el silencio que el agua estaba calmada y templada. Se peinó con los dedos el poco pelo que se había dejado y se acordó de su primer amor: una noche de verano, la recogió en el trabajo y se pasaron la noche diciendo gilipolleces en las rocas. Le encantaba su larga melena, le volvían loco las ondas que perfilaban aquel rostro triste y tierno de niña pequeña, como decía él. Cuando salió el sol la dejó en casa llena de arena, la besó en la nariz, y se despidió.
Pese a la rapidez con que tuvo que aprender cómo funcionan las relaciones, aquel verano le pareció increíble. Le llovieron las primeras broncas, pero con su madre todo era distinto. Ahora llevaba el pelo corto, odiaba a su padre y disfrutaba emborrachándose sola. No le quedaba más cerveza y el mundo se le vino encima. También le daba vueltas. Cogió el pitillo que le quedaba y se subió al coche. El último se lo fumaría dentro, para joderle. Repasó donde estaba cada pedal y encendió el motor. A la tercera arrancó.
Las luces, le señaló un coche del carril contrario. Se le aceleró el pulso, era la primera vez que conducía estando ebria. Aun así, como cada sábado, confiaba en su suerte. Se lo imaginó durmiendo, con la boca abierta y una pierna fuera de la cama. Eso sí lo había heredado de él, eso y sus dientes. Soltó la mano derecha del volante dispuesta a llevarla a su tripa. Solo le faltaban aquellas cervezas. A medio camino, rozando el ombligo, un impulso arrastró su mano hacia arriba. Y se acarició el pelo, lo tenía suave e intuyó que le olía como de costumbre. Zigzagueando por la carretera, se dio cuenta de que tenía una nuca preciosa. Y le pareció motivo suficiente para sonreír.